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POLENCHU, EL CANTOR COMUNISTA DE GRAU
aranmb | 19 agosto, 2012 | Asturies, Historias de una vida, Historias pequeñas | 1 comentario
A Prudencio Merino, de niño, lo llamaba siempre su madre Polenchu y lo hacía desde la ventana, a la hora del almuerzo, mientras Prudencio se embelesaba mirando a los toros del vecino de turno y soñaba torearlos. Polenchu vino al mundo en Gráu y se equivocaba proyectando sus sueños hacia la tauromaquia, porque a él lo que le iba bien, decía la madre, era cantar. ¡Cantaba como los ángeles aquel nenín de carina fina, y sin embargo no hacía más que pensar en el desagradable, peligroso, poco deseable mundo del toro! Poco o nada pudo hacer la madre cuando a Prudencio, ya hombre, le dio por abandonar Asturias en busca de futuro en los ruedos. Nunca se equivoca una madre, o lo hace muy pocas veces: Prudencio, que fuera de Asturias era tan sólo eso, Prudencio el asturiano, no era tan hábil con la muleta como para triunfar, ni había empezado a tiempo.
 
Corrían los años 20 cuando alguien le hizo abandonar el deseo de ser torero. Al Polenchu, que en tierras mosconas seguía siendo recordado con tal infantil nombre, le descubrieron cantando tonada en una sidrería y, desde entonces, ya no pararía. De más fama en casa ajena que en la propia, los periódicos nacionales hablaron y hablaron de aquel hombre de cara fina -como el apodo, eso tampoco había cambiado- que viajó por toda España llevándoles a los asturianos emigrados los recuerdos más vivos de su tierra y descubriéndoles a los forasteros las bellezas del idioma asturiano. Ocurrió a finales de los años 20 y en los de la República, y duraría poco la trayectoria musical de Prudencio, poco pero intenso, poco y roto -como tantas y tantas historias- por un golpe de estado feroz y por las ideas que al Polenchu, en sus periplos por la península, se le habían fijado en la cabeza, vaso de vino o culín de sidra en mano en tertulias hasta el amanecer.
 
 
 
Estampa, 1928 (pdf) El Polenchu de Gráu echando un cantarín,
al son de la gaita de Colás el Formiguero y del tambor de El Payarón.
 
No queda ya quien recuerde la poderosa voz del Polenchu, que nunca grabó un disco, pero sí su figura, recordada por intelectuales a lo largo de todo el país. Por ejemplo, Félix Villamil, que en El Carbayón, en 1932, recordaba cómo el Polenchu había hecho para acabar consagrándose por entero al canto y prestando a Asturias un servicio de indiscutible mérito al expandir por otras tierras, lo más hermoso de nuestro folklore. O Alfonso Camín, obsesionado con el cantor, al que introducía en muchos de sus relatos y que transcribió alguno de los cantares que el Polenchu improvisaba en tabernas y sidrerías:
 
Enfocicóse to madre
porque te faigo el amor
¡non recuerda que el to padre
fizo lo mismo que yo!
 
***
 
Enguedeyéme y desenguedeyéme
enguedeyéme en aquel bardial,
enguedeyéme con una de a quince,
nunca me pude desenguedeyar.
 
La Guerra Civil acabó con el recuerdo del Polenchu, comunista hecho a base de alternar con mentes libres como la del mismísimo García Lorca -asesinado vilmente por su condición de homosexual, primero, y por su capacidad de hacer pensar a la gente, en segundo pero no menos importante lugar, hace hoy 76 años-. Con Lorca coincidió al menos una vez. La Barraca pasaba por Asturias y el Polenchu fue uno de los encargados de amenizar la última velada asturiana de la compañía teatral. A los miembros de la Barraca se les hizo una fabada y se la regó con abundante sidra y las voces privilegiadas de Polenchu y otros cantores de tonada como Cuchichi, Botón, Claverol y Miranda. Aquello ocurrió en septiembre de 1932. A Lorca le quedaban menos de cuatro años de vida, al Polenchu, los mismos para abandonar España.
 
Prudencio Merino acabó sus días en tierras lejanas. Cuentan que murió allá por 1953, después de haber servido como chófer para un político soviético. El cantor había abandonado la nueva España, ésa que venció en 1939 y en la que no tenían cabida ideas como las suyas, con la enorme tristeza de no volver a ver más aquellos práos moscones desde los que, cuarenta años atrás, una voz femenina había gritado por primera vez su apodo.
 
Los más mayores recordarán, sin duda, aquel lamento que ya no se canta en las fiestas mosconas:
 
En Gráu cantó el Polenchu,
más tarde Pepe Miranda,
ahora en “la Flor” de Gráu
no hay quien cante una tonada.
 
Éste fue Prudencio Merino, el Polenchu, máximo exponente de la tonada asturiana en los años felices de preguerra, comunista nombrado y folklorista sin saber que lo era, moscón de renombre, personaje que no debe olvidarse.